Ninguna de nosotras es una sola.

Habitamos una multitud de versiones: la que ríe sin miedo y la que se guarda en silencio, la que sostiene el mundo y la que sueña con soltarlo. 

Somos gestos, memorias, deseos. Mandatos. Heridas. Lo que se espera de nosotras. Lo que pudimos, lo que no quisimos.

Aprendimos a mostrarnos de un modo. Nos enseñaron, durante siglos, como debemos ser. Sonrientes. Cuidando. Correctas. Disponibles. 

Pero lo verdadero no siempre es algo entero. Hay dualidad, hay contradicción. 
Sobre todo hay más.
Autorretrato de Pau Aiello, fotógrafa, de pie sobre un fondo blanco luminoso. Viste un jean y una remera negra. Mira directamente a la cámara con una expresión serena y las manos en los bolsillos.

Mi versión que se muestra. La que sostiene la mirada. Cuando digo, sin hablar, “acá estoy”.

En el arte existen los dípticos. Dos imágenes que, al enfrentarse, se iluminan una a la otra. Dos imágenes que se completan una con la otra.

No son opuestos, son reflejos. 

Lo visible y lo oculto.

Lo que se muestra y lo que quiere hacerse ver.

Este proyecto nace de esa certeza: que somos, al mismo tiempo, luz y sombra, fuerza y vulnerabilidad.

Y que sólo cuando miramos y dejamos ser a esas partes, aparece algo más cercano a la verdad.
Autorretrato de Pau Aiello sobre un fondo negro. La luz es dramática y lateral. Tiene los ojos cerrados y se cubre parte del rostro con las manos en un gesto íntimo y reflexivo. Viste un vestido oscuro.

También hay momentos en los que cierro los ojos para ver. En silencio. Son tiempos conmigo.

No propongo que elijamos una versión o la otra. Propongo que busquemos el puente. El instante en que las dos se miran y se reconocen.

Porque cuando elegimos enfocarnos en solo dos de nuestras versiones, nos ponemos en situación de mostrarlas con más fuerza.

Es un espacio de permiso para honrar nuestra complejidad.
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